Cuando comencé a trabajar en DECROLY, percibí mi lugar de trabajo como
un centro idílico. Todos éramos como una gran familia, no solamente
compartíamos trabajo, sino también nos ayudábamos en nuestra vida personal,
nos contábamos confidencias y nos apoyábamos en todo lo necesario. Cuando
llevas cierto tiempo trabajando, vas conociendo más profundamente a tus
compañeros, el centro va cambiando, hay nuevos “nombramientos”, nuevas
responsabilidades, van surgiendo roces, como en todos los trabajos, pero
siempre se arreglaban. Todos nos vamos conociendo y de alguna manera voy
observando que las relaciones van cambiando. Ya no lo veo
como ese centro “idílico” que veía,
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Ahora lo percibo como una empresa normal, integrada por un grupo diverso
de trabajadores, en donde aparecen todos los prototipos.
Pues bien, no sé si son los tiempos de cambio que se están produciendo
en el Centro, las presiones de trabajo que todos estamos teniendo, la edad, o
simplemente nuestra condición humana, la que está haciendo que el centro no es
lo que era.
La necesidad de reconocimiento, no solamente por parte del jefe sino por
parte de los compañeros, resulta imprescindible. Pensar bien de sí mismo y
saber que los demás piensan bien de ti. Ante cualquier acción bien hecha,
aunque se le pague para eso, el ser humano necesita una sonrisa de aprobación,
un elogio, una nueva responsabilidad adicional…., pero este reconocimiento a
veces causa el mal de la humanidad: “la envidia”. No podemos caer en ese error,
aunque haya que aceptar los defectos y virtudes de todos.
Los problemas de relaciones humanas surgen cuando las necesidades
básicas no son satisfechas. Esto varía de un empleado a otro, ya que algunos
gustan de dirigir e influenciar a sus compañeros, otros prefieren conformarse y
seguir el camino no trazado por los demás, otros quieren ser parte de la
solución de los problemas, otros en la acera de enfrente para criticar los que
se hace con esmero, dedicación y amor, éstos son regularmente los lleva y trae
del “jefe”, otros son parte del problema, y hay otros tan especiales que no se
dan cuenta de nada de lo que pasa en ese lugar de trabajo a que pertenece. Es
necesario considerar a cada persona.
Es por eso que me atrevo a citar algunos principios generales que pueden
ayudarnos a recuperar esas buenas relaciones que siempre he sentido. No
olvidemos que el trabajo es el lugar en donde mayor tiempo pasamos. Por esta
razón debemos hacer el tiempo más agradable posible con nuestros compañeros.
Algunos principios generales que pueden ayudar al logro de buenas
relaciones en el trabajo son:
- Aceptar
que todos los seres humanos tenemos una personalidad única y diferente,
por ello no todos reaccionamos exactamente igual ante situaciones
similares.
- Nuestro
comportamiento no solo está condicionado por nuestra personalidad, sino
también en gran parte, por el ambiente en que vivimos.
- Veracidad.
Es muy importante ser una persona veraz, es decir, tiene que haber una
adecuación entre lo que digo y lo que pienso.
- Respeto.
Es una forma de reconocimiento, aprecio y valoración de las cualidades de
los demás, ya sea por su conocimiento, experiencia o calidad como
personas. Así, por ejemplo, no podré decir que soy respetuosa si no he
cuidado el trato con otros profesores y alumnos
- Sinceridad.
Esta es una hermosa virtud, que se adquiere cuando aprendemos a conocernos
a nosotros mismos. Implica desarrollar la capacidad de percatarnos de
nuestros aspectos positivos y de reconocer nuestras imperfecciones (que me
esmeraré en mejorar). Para ello, resulta útil escuchar al otro sin
ofenderse. Lo mismo ocurrirá con el entorno y los hechos: si aprendemos a
percatarnos de ellos tal cual son, los transmitiremos de esa misma manera.
No tendremos dobleces, seremos "de una pieza": transparentes,
verdaderos. Para adquirir esta virtud puede resultar conveniente un breve
examen al final de la jornada, que repase cómo ha sido y apunte a aquellas
cosas en las cuales sé o me doy cuenta que debo mejorar. La sinceridad y
la humildad son virtudes que ayudan mucho a llevar una vida recta. y no
por detrás, pues al final de una manera u otra siempre acabas enterándote
y eso crea un malestar.
- Alegría.
¡Qué atractivas son las personas alegres! ¡Cuánto contribuyen a un buen
ambiente! La verdadera alegría es interior y la consiguen quienes ven el
lado positivo de las diferentes situaciones que se les presentan, tratando
de advertir lo bueno que hay en cada suceso y persona. Una de las fuentes
de la alegría es la satisfacción y paz que produce el deber cumplido. Hay
que evitar la amargura y el descontento (con o sin razón), pues siempre se
transmite lo que se lleva dentro. Actitudes tristes no contribuyen al buen
ambiente que quisiéramos en nuestro trabajo.
- Honestidad.
Es una forma de vivir coherente entre lo que se piensa y la conducta que
se tiene hacia los demás. Junto a la justicia, es una virtud que exige dar
a cada uno lo que le corresponde. Faltar a la honestidad rompe los
vínculos de amistad y de confianza establecidos y desarrollados en el
trabajo, la familia y el ambiente social en el que nos desenvolvemos. Si
no hay honestidad, la convivencia se hace prácticamente imposible. Más
aún: no hay convivencia si las personas somos incapaces de confiar unas en
otras. Hay que ir de frente, no por detrás, pues al final siempre te
acabas enterando y eso provoca un malestar.
- Afabilidad.
La afabilidad es la virtud que inclina a actuar de tal modo que se
contribuya a hacer agradable el trato con los demás. Por lo mismo, se
expresa de manera muy variada. Así, por ejemplo, la delicadeza en el
trato, la alabanza sencilla y natural, el buen recibimiento, el ser
acogedor con quien se incorpora a la empresa, el comprender los defectos
ajenos, las expresiones de gratitud y cortesía, etc. Cuando las
manifestaciones de este tipo son producto de la virtud y no mera
formalidad exterior son especialmente valoradas.
- Laboriosidad.
Ser laborioso significa hacer con cuidado y esmero las tareas, labores y
deberes que a cada uno le corresponden en su particular circunstancia, y
no emplumárselo a los demás.
- Comprensión.
La capacidad de tener una actitud tolerante para encontrar como
justificados y naturales los actos o sentimientos de otro se llama
comprensión. Desde luego, es algo más que "entender" los motivos
y circunstancias que rodean un hecho. No basta con saber qué pasa: es
necesario dar algo más de uno mismo. La comprensión, que se vive todos los
días y en muchos momentos, se hace presente en los detalles pequeños y en
las relaciones cotidianas con otras personas. Es muy importante que no se
vea doble fondo donde no lo haya, ni buscar segundas intenciones.
¡Qué importante es ser
comprensivos! Quien es comprensivo es también generoso y aprende a disculpar.
Confía en los otros y se convierte en una persona a quien los demás saben
recurrir en cualquier circunstancia
- Paciencia.
Quien vive la virtud de la paciencia es capaz de afrontar las
contrariedades conservando siempre la calma y el equilibrio interior, pues
logra comprender mejor la naturaleza de las circunstancias. Además,
contribuye a que se logre un ambiente de paz y armonía a su alrededor. Las
ocasiones de ejercicio diario de esta virtud son muchas: paciencia con los
empleados, paciencia con los alumnos que preguntan fuera de lugar. Con las
peticiones inoportunas y las imperfecciones ajenas. Uno de los grandes
obstáculos que impide el desarrollo de la paciencia es, curiosamente, la
impaciencia de esperar resultados a corto plazo sin detenerse a considerar
las posibilidades reales de éxito, o el tiempo y esfuerzo requeridos para
alcanzar el fin propuesto.
- Servicio.
Servir es ayudar a los demás de manera espontánea, teniendo una actitud
permanente de colaboración. Quienes han adquirido esta virtud viven
continuamente atentos, observando y buscando el momento oportuno para
ayudar a alguien. Y están siempre dispuestos a hacernos la tarea más
sencilla. Sacamos más ayudándonos que poniéndonos zancadillas.
- Ser
respetuoso con los compañeros de trabajo, no hacer comentarios molestos,
indirectas que se entienden claramente, no siempre resaltar lo negativo,
que como todo ser humano se tiene, recordar que hasta las rosas tienen
espinas. Respetar las aspiraciones de los demás y acatar el principio de
competencia. La ambición de progreso no es mala, si con ello no se afecta
el derecho de los demás.
- Obediencia.
Consiste en someter nuestra voluntad a la orden de otra persona. Pero no
por servilismo o ceguera, sino porque en cada trabajo hay formas de
relacionarse y personas a quienes se ha confiado la labor de establecer
los criterios e impartir las instrucciones. La obediencia no hace
consideraciones personales o de situación. No se fija en quién es el que
manda sino por qué y para qué lo hace. Para que sea realmente una virtud,
debe ir acompañada de la aceptación, por nuestra inteligencia. Así, la
obediencia es una actitud responsable, de colaboración y participación. El
"hacer para cumplir" o "por cumplir" lo hace
cualquiera: poner lo que está de nuestra parte transforma la obediencia en
una virtud. Y no sólo importante, sino necesaria para las buenas
relaciones, la convivencia y el trabajo productivo.
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